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Chernóbil en Tlajomulco: Viviendas inhabitadas de la etapa 11

“Si entran ahí, casi casi salen sin carro” nos advierte un señor de aspecto rudo pero amable que despacha una tienda de abarrotes.

El lugar al que se refería era la etapa 11 ubicada a unas cuadras de ahí, una de las secciones en las que está dividido el conjunto habitacional Lomas del Mirador en Tlajomulco. También a pocas cuadras de la tienda se encuentra un terreno alto desde donde se pueden ver los miles de edificios habitacionales construidos en serie, entre los que hay 70 mil viviendas deshabitadas.

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Lo primero que vimos al entrar a la etapa 11 fue una casa con una pared derribada que dejaba ver al interior, donde estaban sentados alrededor de 6 hombres con ropa floja y aspecto pandillero, fumando y tomando: un escenario poco amigable en el que se intuye que no es recomendable voltear a verlos. En toda esta zona se percibe un ambiente tétrico, lleno de grafiti, basura, perros callejeros y baches.

A las afueras del fraccionamiento se divisan a lo lejos una serie de edificios abandonados a medio construir que recuerdan a las imágenes de Chernóbil.

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Buscando acercarnos a ellos pasamos por la etapa 14, donde los departamentos parecen recién pintados y que, contrario a la primera impresión, no están totalmente desocupados: hay ropa colgada afuera de algunas casas y un altar con una imagen de la Santa Muerte dentro de una vitrina. Hay una docena de perros en la calle y otra más ladrando desde dentro de un departamento haciendo un alboroto que da una sensación sombría por la reverberación del espacio casi vacío.

Llegamos a la tienda a pedir direcciones. Afuera hay un sillón en donde están sentadas unas 4 mujeres observando el incendio de un área verde justo en la acera opuesta. “¿Qué hacen aquí”, nos pregunta una de ellas. “Conociendo” contesté.

Sin pedírselo, la ‘abuela’, como le dicen los muy pocos vecinos, nos mostró los departamentos que habían saqueado hace unos días, de los que alguien se robó las tuberías, las protecciones y los muebles de baño. También nos mostró el lugar donde vive un «marihuano» que le mató unos gatos a machetazos y los restos de unos cuartos que incendió.

 

Mientras vemos el colchón tirado donde duerme el piromaniaco, y las paredes llenas de ceniza, la abuela nos habla con tono de queja sobre la falta de servicios, como si pensara que somos del gobierno o la televisión. Más tarde nos advierte que no es seguro estar en la zona cuando oscurece.

Nos alejamos viendo el humo del incendio a lo lejos mientras comienza el atardecer, y en media hora estamos de vuelta en Guadalajara.

 

Por Carlos Pesina Siller / Fotografías: Armando Monroy y Carlos Pesina

 

PQ