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‘El mono’ ofrece terror, sangre y humor negro

Osgood Perkins regresa al terror con “El mono”, adaptación del cuento de Stephen King que fusiona horror, comedia negra y una estética de serie B. Tras el éxito de “Longlegs” (2024), Perkins adopta un enfoque más comercial sin perder su estilo visual distintivo ni su gusto por la violencia gráfica.  

La historia sigue a los gemelos Hal y Bill, quienes se enfrentan a una maldición cuando su padre lleva a casa un mono mecánico. Cada vez que el juguete golpea su tambor, alguien cercano muere de manera espantosa. Tras perder a su niñera y a su madre en circunstancias brutales, los hermanos intentan deshacerse del mono arrojándolo a un pozo. Sin embargo, 25 años después, la maldición regresa cuando el juguete reaparece en la vida de Hal, ahora interpretado por Theo James.  

A diferencia de “Longlegs”, que apostaba por el terror psicológico, “El mono” se inspira en la fórmula de “Destino final”. Convierte la muerte en un espectáculo grotesco y retorcidamente divertido. Las escenas de asesinato están diseñadas con precisión, combinando humor negro y una violencia desmesurada que oscila entre lo impactante y lo ridículo. La fotografía de Nico Aguilar refuerza este contraste con un juego de luces neón y sombras opresivas que recuerdan la estética de los años 80.  

Uno de los grandes aciertos de Perkins es su capacidad para captar el tono de Stephen King. La película mantiene la esencia del relato original, bastante corto, por cierto. Explora el trauma generacional y la relación entre miedo y destino. Hal, como protagonista, encarna el dilema de alguien que ha intentado huir de su pasado, solo para verse obligado a enfrentarlo nuevamente. Su evolución refleja la lucha entre la resignación y la esperanza, un tema recurrente en la obra de King.  

Sin embargo, “El mono” no está exenta de fallos. A pesar de su energía y creatividad visual, la historia parece alargada innecesariamente. La película podría haber funcionado mejor como cortometraje o como parte de una antología. Su trama se reduce a una serie de muertes encadenadas sin una exploración profunda de la mitología detrás del juguete maldito. Además, el tono fluctuante entre el horror y la sátira puede hacer que algunos espectadores sientan que la película nunca termina de definirse.  

Más allá de sus inconsistencias, la película ofrece una experiencia entretenida para los fanáticos del horror de serie B. Perkins logra equilibrar lo macabro con lo absurdo, creando momentos de tensión seguidos de un humor casi paródico. También aborda de manera sutil la masculinidad tóxica, mostrando cómo la negación del miedo y la obsesión por el control pueden llevar a la autodestrucción.  

 

Pablo Garabito

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