Hace unos días se anunció con bombo y platillo el regreso de Ricardo Anaya a la vida política de México.
El ex candidato que obtuvo el porcentaje de votos más bajo en la historia de este partido, quedando a una vergonzosa distancia de 30 puntos de Andrés Manuel López Obrador, quiere volver a ser una figura protagónica del PAN, un partido que, como el resto, no ha logrado captar y traer a sus filas a las personas desencantadas del presidente de México y de su gestión.
Los partidos políticos y las instituciones públicas, claramente han fallado en la búsqueda y formación de nuevos liderazgos, capaces de hacer frente a los retos políticos y sociales del país.
Las dinámicas tradicionales, los vicios, las malas prácticas del poder, siguen trazando la ruta de acción de la política en un marco de un modelo democrático agotado.
El PAN no necesitaba el regreso de Anaya, el PAN y, en general, la oposición en México, necesita una transformación profunda de su modelo partidario, financiero, político, electoral y social.
Urge mostrar con acciones la voluntad de todos los partidos, de hacer las cosas de manera diferente, dejando de lado el derroche, la opacidad de gastos, oxigenando a los partidos con la apertura de nuevos liderazgos, eliminando cuotas de poder y apostando a la capacitación y formación de nuevos talentos, así como centrando los recursos y acciones en el bienestar de la ciudadanía.
Renovarse o morir en las elecciones, ahí está el dilema.
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